Esto es para mis amigos hispanoparlantes.
El desencadenante: guerra, muerte, una situación que amenaza la vida.
Esta es una publicación muy larga.
Pero se trata de un día en mi vida que simplemente no puedo resumir.
Antecedentes: mi Udi, un teniente coronel, ha servido como oficial militar en la División de Gaza durante más de dos años. Él vuelve a casa los fines de semana.
Uno de cada cuatro fines de semana permanece en la base militar, lo que significa que no vuelve a casa durante dos semanas seguidas, y por lo mismo nos dirigimos al sur para pasar ese fin de semana con él en la base de la división.
Son fines de semana divertidos, llenos de tiempo en familia y buenas experiencias. La división de Gaza es nuestro segundo hogar, y sus soldados y comandantes son una especie de familia para nosotros.
Después de más de dos años, se suponía que este sería nuestro último fin de semana en la base de la división antes de que terminase su puesto allí.
Todo lo escrito aquí es mi experiencia personal, que no necesariamente refleja con precisión los acontecimientos de aquel día.
Un silbido.
Otro silbido.
No estoy segura de quién de nosotros se despierta primero. Pero ese momento entre la vigilia y el sueño se desvanece muy rápidamente.
"¿Eso fue un misil?" pregunta Udi e inmediatamente se responde a sí mismo "es un cohete, ¡levántate rápido! Agarra a los niños".
En la base, tienes sólo 10 segundos para ingresar a un espacio protegido, lo que no es tiempo suficiente para correr con tres niños dormidos hacia uno de los refugios dispersos alrededor de la base.
Despertamos a los niños y los tumbamos en el suelo.
Udi encima de Yali (de 5 años), yo estoy encima de Noam (12 años) y Liri (9 años y medio).
Es desagradable despertarse con una sirena a las 6:30 de la mañana, pero estando en la base, no es del todo inesperado.
"Estamos en el suelo frío, acurrucados, los niños empiezan a llorar porque les duele el cuerpo y tienen miedo"
Nosotros mantenemos la calma y tranquilizamos a los niños, y en los primeros segundos todavía creo sinceramente que todo terminaría en aproximadamente un momento.
Pero pasan los minutos y rápidamente nos damos cuenta de que no es una situación habitual.
Este es el bombardeo más intenso que había experimentado en mi vida, pero lo más preocupante es que lo era también para Udi, que tiene experiencia en situaciones de combate, y jamás vivió algo así.
Nos tumbamos en el suelo y esperamos un descanso que nunca llegaba.
5 minutos
10 minutos
15 minutos
20 minutos
Estamos en el suelo frío, acurrucados, los niños empiezan a llorar porque les duele el cuerpo y tienen miedo.
Cada explosión de La Cúpula de Hierro parece hacerlo también en nuestros oídos y la sentimos resonar en nuestros cuerpos. Explosiones ininterrumpidas, sin descanso ni siquiera por un segundo. 20 minutos que parecen una eternidad.
Entendemos que no podemos seguir esperando y que tendremos que correr a un espacio protegido ahora.
De alguna manera, me visto en el suelo, al mismo tiempo que agarro mis lentes, un pequeño neceser de maquillaje con lentes de contacto dentro, un teléfono celular; Noam y Liri se ponen las chancletas; Yali está descalza en los brazos de Udi y comenzamos a correr hacia el refugio al lado de su oficina. Pienso por un momento que en unos minutos todo se calmará y volveremos a nuestra habitación, organizaremos nuestras cosas y nos iremos a casa.
Pero nunca lo hicimos. Nunca más volvimos a esa habitación.
Corremos rápidamente y llegamos al refugio frente a la oficina de Udi. Recuperamos el aliento y luego le digo que tal vez deberíamos ir al cuartel, que está completamente protegido, porque Udi tiene que ir allí de todos modos y yo no quiero quedarme sola con los niños en el refugio, que es básicamente un gran cuarto vacío, hecho de concreto. Decidimos no demorarnos y correr directamente al cuartel. Esta decisión nos salvó la vida.
Llegamos corriendo, jadeando, todo mientras se oye un atronador anuncio por toda la base:
¡ALERTA ROJA!
¡ALERTA ROJA!
¡ALERTA ROJA!
¡ALERTA ROJA!
¡ALERTA ROJA!
En la base, no hay un sonido de sirena como normalmente escuchamos en el resto del país. Sólo hay un anuncio por altoparlante: "Alerta roja, por favor ingrese a un espacio protegido".
En el momento en que entré al cuartel sentí una sensación inmediata de alivio y mi estado de alerta se calma. “Estamos protegidos”, pensé con gran alivio, sin imaginarme que en menos de cinco minutos no volvería a sentirme así hasta el final de este día.
Entramos a una habitación lateral vacía y muy rápidamente se nos unen Shirly y sus tres hijos Yotam, Omer y Laví. Como yo, ella también vino a pasar un fin de semana más con su marido. Nuestro cronograma de fines de semana es el mismo y siempre los pasamos juntos. Nos hemos hecho buenas amigas. A los niños les gusta jugar juntos y me alegro de no estar sola en la habitación.
Además de nosotros, también está el teniente Shaked, el oficial de estado mayor a quien conozco muy bien, y un soldado llamado Avichai, con quien me encuentro por primera vez y que está asignado a estar en la habitación con nosotros y vigilar la puerta.
Mientras charlo con Shirly acerca de haber sacado a los niños de la cama a las 6:30 de la mañana, empiezo a sentir que algo está sucediendo, Avichai se para junto a la puerta y se asegura de que esté bien cerrada. Se respira una sensación de mucha preocupación. Escucho un intercambio de palabras entre ellos y gritos fuera de la habitación. Exijo saber qué está pasando y entiendo que hay una alerta sobre una intrusión a la base.
Pido detalles en inglés para que los niños no entiendan y solo espero que Noam, mi hijo mayor, no me escuche. Tengo la esperanza de que sea sólo una precaución adicional a la amenaza del ataque con cohetes, y me digo a mí misma que probablemente hayan elevado la alerta máxima solo para estar seguros.
Pero un segundo después, empiezan los tiroteos.
****
La invasión
Cualquiera que haya servido en el ejército como yo y haya participado en campos de tiro sabe cómo suenan los disparos de rifle. Es un sonido muy distintivo que es difícil pasar por alto.
Especialmente ráfagas de disparos.
Las descargas suenan tan fuertes como si estuvieran justo afuera de la puerta, dentro del cuartel general. Gracias a Dios no lo estaban.
Pienso: "¿Qué separa a los terroristas de nosotros? Sólo unos pocos soldados y una puerta". Pero estos son pensamientos en los que no me permito detenerme en este momento. Oigo sonidos de gritos y conmoción fuera de la puerta. Pienso que tal vez deberíamos empezar a apilar mesas y sillas para bloquear la puerta de alguna manera porque no cierra, pero pronto llega un oficial y arregla el mecanismo de bloqueo automático de la puerta para que solo pueda abrirse desde adentro presionando el botón.
A partir de ese momento, la frase más popular que se dirá durante todo el día es "¿Quién es?".
"Udi entra. Tiene un chaleco, un casco. Está armado con un rifle y está herido. Tiene la cara cubierta de sangre"
No sé por qué, pero tomo unas tijeras de una de las mesas, para tenerlas a mi lado. Por si acaso. Que así sea. Llevamos a los niños a la parte interior de la habitación. Todos intercambiamos miradas y no podemos creer lo que está pasando.
Los disparos son escalofriantes y ensordecedores. No se trata de una bala aquí, una bala allá, sino de continuos e interminables intercambios de disparos. Todavía no entendíamos que esto era sólo el comienzo.
Liri y Yali realmente no entendían el peligro que realmente estábamos corriendo porque hablábamos en inglés entre nosotros los adultos, y me había llevado a Noam aparte para explicarle mejor la situación. Por suerte, creyó en mi vaga explicación. Me centré en explicarle que había muchos misiles, pero que estábamos en el lugar más protegido que hay, así que no teníamos nada que temer. También había una alerta por intrusión *en la región* y por lo tanto teníamos mucho, mucho cuidado.
Los sonidos de los disparos "solo están sonando cerca nuestro, pero no lo están", expliqué.
Alrededor de las 10:00 la puerta se abre repentinamente y mi corazón se desploma. Quizás incluso deja de latir por un segundo. Entra Udi. Tiene un chaleco, un casco. Está armado con un rifle y está herido. Su rostro está cubierto de sangre y hollín y su ropa está empapada de sudor y sangre. Estoy tan contenta y aliviada de que la mayor parte de la sangre resulta no ser suya. Su aparición está grabada a fuego en mi memoria. Como una experiencia extracorporal. Lo veo y no puedo creer lo que estoy viendo.
Honestamente pensé que él no estaba de ninguna manera involucrado en la lucha que se había estado desarrollando afuera de la puerta durante las últimas horas.
Udi es un oficial superior pero un oficial de estado mayor en el mando. Sinceramente creí que él había estado en otra habitación, aquí en el cuartel general, a salvo, como yo. Resultó ser que no. Tan sólo unas horas más tarde empezaría a escuchar historias de heroísmo de parte de soldados que se acercaron a mí para contarme cómo Udi fue el primero en salir a la batalla cuando pidieron ayuda por los intercomunicadores, y también el primero en atacar a los terroristas y salvarlos [a los soldados] con ello.
Lo miro congelada. Como si el tiempo se hubiera detenido. Intento entender dónde están sus heridas y me asegura que gran parte de la sangre no es suya y que las heridas son menores, en la cara y en el brazo izquierdo. Me lleva a un lado, me abraza fuerte y me dice las cosas que le dice un hombre a su mujer cuando cree que no volverá a verla nunca más. Abraza a los niños, sonríe y les asegura que todo está bien, les transmite seguridad, les dice que él es fuerte y ellos también salen del shock.
Yo estoy preocupada por su diabetes. No hay comida en el cuartel general ni acceso a la cocina porque la base está invadida por terroristas de Hamás. ¿Qué pasa si sus niveles de azúcar bajan y sufre hipoglucemia? Lo único que encontramos en la sede son cereales- (los pequeños cereales de colores con colorante). Tomo todo lo que puedo en mis manos y empiezo a llenarle los bolsillos, para que si le baja el azúcar pueda comerse las migajas.
A lo largo del día, Udi iría y volvería por breves momentos, dando instrucciones a otros oficiales, guiándolos a ellos, a nosotros y volviendo a salir. Cada vez que venía, o escuchaba su voz gritar desde afuera de la puerta, me sentía aliviada de que estaba bien. Pero unos instantes después, los disparos se reanudarían y mi corazón volvería a caer.
La realidad es que desde las 07:00 de la mañana hasta la noche hubo permanentes intercambios de disparos en toda la base entre nuestros soldados y los terroristas de Hamás.
Alrededor de las 14:00 (quizás antes) nos informan que finalmente había aterrizado un helicóptero con una unidad de fuerzas especiales para ayudarnos. Yo me llené de alegría, esperando que todos estaríamos a salvo y que en un momento todo terminaría. Pero no. La lucha continuó por muchas horas más.
Para ese entonces, cada vez más hombres y mujeres soldados que estaban atrapados en habitaciones por toda la base comienzaron a llenar el cuartel general. Nuestra habitación se llenó de inmediato. Entran 13 cocineros y conductores, algunos sin camiseta o sólo con camiseta y calzoncillos, la misma ropa que todavía llevaban cuando comenzaron los cohetes a las 6:30 de esta mañana. Uno de ellos con una sola chancleta, murmurando repetidamente por qué tenía sólo una chancla.
Estaban conmocionados y asustados. Empezaron a contar historias horrorosas. Entiendo que tenían que desahogarse y acababan de pasar por una experiencia traumática, pero lo último que quería era que los niños entendiesen lo que pasaba afuera y se asustasen.
“Hey guys, there are small children here” (“Hola gente, hay niños pequeños aquí”), empiezo a decirles en inglés y les ruego que se guarden los detalles aterradores para sí mismos. “Ellos no hablan inglés señora” me dice uno de ellos con un guiño. “Señora me dijo”???
Y obviamente entendieron. Se pusieron a jugar con los niños y fueron dulces. Pero sus historias me aterrorizaban. Cuentos de terroristas yendo de habitación en habitación en las residencias, disparando indiscriminadamente, lanzando granadas.
Al mismo tiempo llegó un grupo de unos 25 civiles que huyeron a la base en busca de refugio y protección. Algunos escaparon de la fiesta en la naturaleza que había empezado la noche anterior; otros, de los terroristas que los perseguían por la carretera. El pasillo del cuartel general empezaba a sentirse como un campo de refugiados. La gente estaba sentada a ambos lados. Algunos dormían en el suelo. Cada vez que salía de nuestra habitación, escuchaba cómo compartían historias y contaban por lo que habían pasado. Experiencias escalofriantes que te ponen los pelos de punta.
Una de las veces que salí al pasillo le pregunté a uno de los combatientes si había visto a Udi.
¿"Udi el comandante, Udi"? Me preguntó uno de los civiles que huyeron de la fiesta. "¿Qué, tú eres su esposa?" "Sí", le contesté y sonreí. "¡Vaya, qué guerrero es tu marido!" Comienzó a elogiarlo en voz alta: "¡¡¡No hay nadie como nuestros guerreros en todo el mundo!!! ¡Tu Udi es el luchador incondicional aquí en la división! ¡Tu marido es el número 1! He estado sentado aquí durante más de dos horas, cada segundo que estoy aquí en las comunicaciones, Udi está aquí, Udi está allá, Udi está dando órdenes.
Viene, se va, que Dios lo proteja a él y a todos nuestros soldados. ¡Qué comandante! ¡Qué guerrero! ¡Siéntete orgullosa y no te preocupes!
Le sonrío y le agradezco sinceramente, incluso un poco bromeando. No tengo valor para decirle que Udi no es en absoluto un oficial de combate, sino un oficial de recursos humanos de la División de Gaza. No se suponía que estuviera teniendo el día más loco de su trabajo (y tal vez el día más loco en la historia de toda la división, incluso de las FDI “Fuerzas de Defensa de Israel”, según mi suposición), y perseguir y enfrentarse a terroristas por toda la base, pero eso es exactamente lo que hizo.
"Udi es un león por naturaleza y en el momento de la verdad, eso es exactamente lo que salió de él", me dijo un querido amigo por teléfono al día siguiente. Él tenía razón.
A partir de las primeras horas de la tarde, hubo cada vez más y más pausas en el tiroteo.
Cada vez que pensé que todo había terminado y que había silencio, el tiroteo se reanudaba y cada vez mi corazón se ahogaba nuevamente.
El hambre
Los niños son adaptables y sorprendentes. Para ellos, la experiencia pasó rápidamente de una situación de peligro a una realidad tediosa, agotadora y desalentadora. Nos encontramos dos madres con seis hijos, y desde el mediodía también otra niña, Mika, de 4 años, cuyo padre también estaba luchando. Estábamos exhaustos, asustados, preocupados, tratando de mantenerlos ocupados y distraerlos del hambre, la sed, el aburrimiento y la falta de baños.
Cada pocas horas, dependiendo de la situación, nos permitían salir de la habitación para ir al baño al final del pasillo. Aproveché para correr cada vez con un niño diferente. Nos escoltaban soldados armados de un lado a otro para protegernos. Cada vez que corría al baño, intercambiaba palabras con los soldados que custodiaban las entradas. Eran dulces, les sonreían a los niños, y a mí. Les pregunto si están bien y me responden “¡Por supuesto! Los estamos cuidando” con la confianza típica de los jóvenes de 20 años. Uno de ellos con chaleco antibalas, arma y casco sobre un short y una camisa bordó. Evidentemente así saltó de la cama.
Recibimos relativamente poca agua. Llenábamos agua del grifo con los mismos 7 vasos de plástico que encontré en uno de los armarios por la mañana, una y otra vez. Posteriormente llegaron también algunas botellas de agua. Recuerdo esa alegría.
"Parece una escena de una película de guerra. Veo varios cadáveres de terroristas tirados en el suelo"
No había comida. Como mencioné, la única comida que encontramos fue la caja de cereal, que estaba llena hasta un tercio, que también había metido en los bolsillos de Udi. Más tarde, unas jóvenes agentes sorprenden a los niños con un pequeño paquete de galletas que habían encontrado. “¡La galleta dorada! ¡Esta es la galleta más sabrosa! ¡Hurra!” Noam estaba más entusiasmado que nunca con una galleta. A las 17.30 horas sucede el milagro de las conservas. Se encontró una lata de maíz y se dividió en partes iguales entre siete niños.
Lavi, el más pequeño, de sólo 1,4 años, fue arrancado de su cama cuando lanzaron los cohetes. Bajo presión y con la certeza de que pronto regresaríamos todos a las habitaciones, su chupete, su biberón, todo quedó en la unidad de residencia. Está usando el mismo pañal desde anoche, sin chupete ni comida. No hay una cama donde pueda descansar ni juegos que lo entretengan. Condiciones imposibles para cualquier bebé. Los niños mayores se las arreglaban para distenderse.
Yali y Mika dibujaron durante horas en Word en una de las computadoras, jugaron al ahorcado, dibujaron con marcadores en la pizarra colgada en la pared y Noam estaba en el celular. Les permitimos ver tanto YouTube como pudimos y por sobre todo fueron increíbles y jugaron muy bien juntos.
Durante todo ese tiempo recibí montones de mensajes y llamadas, nunca me había sentido tan abrumada. El día anterior, camino a la base de la división, subí una historia a mi Instagram. Una y otra vez pienso en esta historia donde digo que vamos camino a nuestro último fin de semana en la base de la división, cuánto amo esta división por todos sus soldados... No sé por qué pero me siento culpable. Como si nos hubiera echado un mal de ojo o algo así. ¿Por qué tuve que proclamar todas estas palabras de amor?
Por muy asustada que estuviera, creo de todo corazón que nuestros familiares y amigos que observaban desde lejos lo que estaba pasando tenían mucho más miedo. Cuando mi celular se quedó sin batería, y durante las varias horas que pasaron hasta que encontré un cargador, muchas personas perdieron algunos años de sus vidas.
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¿Dónde está Shahar?
Shahar Makhlouf es el jefe de la división de TI (Tecnología de la Información). Desde la mañana Shirly, su esposa, pregunta a todos los que vienen a nuestra habitación si han visto a Shahar. “¿Dónde está?” La respuesta es siempre que no lo han visto ni hablado con él. Pasan las horas y su ansiedad crece. Sólo cuando oscurece, Udi lleva a Shirly a una habitación vacía y le dice con amor y compasión que Shahar murió en un enfrentamiento con los terroristas. Yo estoy parada al otro lado de la puerta.
Ese fue el peor momento del día. La preocupación por él y luego la terrible noticia de que ha caído, se entrelazan en cada momento de ese día.
Pero esa no es una historia que tenga que contar yo.
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El rescate
Shirley y yo estábamos sentadas solas en un pequeño apartado dentro de la habitación donde nos habíamos estado escondiendo desde la mañana, en silencio. El oficial de estado mayor Shaked entra y nos informa que pronto seremos evacuados con los niños en el helicóptero que viene a buscarnos. 15 minutos después salimos del cuartel con todos los niños, asistimos a una breve sesión informativa y salimos. Omer está en manos de Shirley, el pequeño Lavi en mis brazos, durmiendo (por fin). Noam le toma la mano a Yali y Liri a Mika.
Se envió un escuadrón para protegernos por todas partes. Estábamos rodeados por todos lados, con armas desenfundadas. Después de un día en el que estuvimos encerrados durante más de 12 horas y con continuos combates fuera del cuartel general, la idea de salir me asustaba mucho.
Estábamos esperando la aprobación y salimos corriendo rápidamente desde el cuartel general hasta el jeep que trajeron a la entrada, había un soldado en el asiento delantero y otro en el trasero. Yali se sentó sobre Noam, Mika se sentó arriba de Liri, al lado del soldado, Shirly y yo estábamos en el baúl con Yotam, Omer y Lavi. Udi iba detrás de nosotros en su coche con más soldados.
Les dijimos a los niños que mantuvieran la cabeza gacha, estábamos conduciendo rápido dentro de la base que conozco tan bien.
Parecía una escena de una película de guerra. Noté varios cadáveres de terroristas tirados en el suelo. Dios les pagará, pensé para mis adentros. Salimos por el portón hacia el helipuerto.
Afuera de la puerta: autos dispersos, totalmente destrozados y en posiciones imposibles como si fueran autos chocadores en un parque de diversiones. Un testimonio de la prisa y el caos de cuando la gente huyó a la base escapándose de los terroristas que los perseguían.
En un minuto y medio llegamos al helicóptero. Udi y otros combatientes les abren la puerta a los niños y empiezan a correr con ellos hacia el helicóptero. Ellos se olvidan de abrirnos la parte trasera. Udi regresa corriendo y le grita al conductor con la voz más asustada que jamás haya escuchado: "¿Dónde está mi esposa? ¿Dónde está mi esposa?" Yo le grito y nos abren la puerta.
Estamos corriendo.
El ruido de las aspas del helicóptero era ensordecedor. Abracé a Udi y lo besé justo antes de subir.
En tan solo unos segundos estábamos en el aire. El vuelo fue una experiencia para los niños. Se balanceaba un poco de un lado a otro y Noam se llenó de emoción. El equipo fue super sensible y muy atento con los niños, les traían barritas luminosas y también nos sonreían con risas alentadoras.
20 minutos más tarde aterrizamos en la base militar de Palmahim. Los pilotos dejaron a los niños sentarse un rato en la cabina, les pusieron sus cascos en sus cabecitas y les animaron a hacer fotografías. Un gesto tan humano y sensible en medio de esa situación.
Apenas entramos en la base hay alerta roja y corrimos hacia una zona protegida junto con al menos 50 pilotos. Este es el momento de agradecer a todo el personal de la Fuerza Aérea que conocimos allí en Palmachim: a la mayor Noa, una mujer rubia embarazada que nos saludó, y a los pilotos que volaron con nosotros y actuaron un poco como terapeutas en los momentos posteriores. Todos fueron sensibles y serviciales.
Nos llevaron hasta la puerta y allí nos esperaban nuestras familias para llevarnos a casa.
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Últimas palabras
En este terrible día también hubo muchos momentos de luz. Mayoritariamente humana. También momentos de risa y humor que nos ayudaron a sobrevivir y continuar.
Gracias a Shaked, el oficial de estado mayor, a Avihai, el soldado que estuvo con nosotros, a Gil, a la hermosa oficial de educación rubia cuyo nombre he olvidado, y a muchas otras buenas personas que se esforzaron tanto por nosotros, nos ayudaron con los niños y actuaron en una situación imposible.
Y por supuesto a los soldados y oficiales que arriesgaron su vida e incluso murieron defendiéndonos.
A Shirly, con quien sobrevivimos este día de la mano. No habría superado esto sin ti. Todo mi corazón está contigo.
Udi, durante todos estos años supe que estaba casada con un oficial destacado, dedicado e incondicional. Pero hasta este día no supe que estaba casada con un héroe. No hay palabras para describir lo que fuiste para todos ese día. Estoy tan orgullosa de ti.
Por último, que descanse en paz Shahar Makhlouf –bendita sea su memoria–, un hombre y padre tan maravilloso y amoroso. Un oficial, profesional, querido y apreciado por sus soldados y todo el personal. Fue un héroe valiente ese día. No tengo palabras para describir la magnitud de esta pérdida. Que su nombre sea recordado siempre.
Comparto el dolor y la pena de todas las familias de los caídos, los asesinados, los heridos y los desaparecidos.
Esta es nuestra historia.
Es una entre decenas de miles de historias, muchas de ellas mucho más difíciles que la nuestra. El mundo necesita escucharlas.
Ella M.