Sábado por la mañana en Kfar Maimon.
Es la festividad judía de Simchat Torah. Habíamos acordado encontrarnos a las 7 de la mañana en la casa de un vecino que sufre de cáncer para rezar entre todos una oración.
Me desperté a las 6 y después de veinte minutos comenzó el bombardeo de misiles. El cielo se iluminó con una cantidad desenfrenada de proyectiles. Mi hijo tenía tres invitados para pasar unos días. Todos salimos para mirar el caos en el cielo, aún sin entender qué pasaba. Mi esposo salió a informarle a nuestro vecino que no será posible rezar la oración. Quien coordina todo lo relacionado con seguridad personal en nuestro poblado lo manda inmediatamente de vuelta a casa.
Cerramos la puerta, nadie entra ni sale. Mientras tanto, les decimos a nuestros invitados que, aunque respetan el shabat y estaría prohibido hacerlo en el día de descanso, abran sus teléfonos y comuniquen a sus familias que están bien. En sus ojos se puede leer el miedo que los domina. Durante el sábado escuchamos todas las operaciones en nuestra zona. Bombardean Gaza, soldados. Un grupo de terroristas está cerca nuestro. Un equipo de seguridad logra alejarlos a la fuerza.
A lo lejos, vemos arder la vaquería. Preferimos no conocer la magnitud de la tragedia durante el sábado; nuestros teléfonos se usaban exclusivamente para mensajes. Por la noche empezamos a entender de qué nos habíamos salvado. ¿O es que fuimos salvados? Físicamente sí, pero no estoy tan segura de que nuestra alma se haya salvado de esto.
Durante diecisiete años he estado enseñando en el Consejo Regional de Eshkol, en la Escuela Secundaria Nofei ha-Bsor. Diecisiete años he estado conduciendo por la ruta 232, que ahora está cubierta de sangre.
Y escuchamos otro nombre.
Otro estudiante.
Otro padre.
Otro esposo.
Otro amigo.
Y la lista continúa y continúa.
Y las caras con las que me enojé, a las que amé o con las que me reí, ya no estarán más en el aula.
Y los amigos que lo han perdido todo ya no podrán sonreír.
Darom Adom [“sur rojo” - fiesta que celebra la floración de la anémona roja en el sur de Israel]. Esto es Darom Adom en todo el sentido de la palabra.
No hay palabras para expresar lo ocurrido.
Nos sangra el corazón.
Nuestros invitados lograron volver a casa el domingo, luego de pasar una noche junto con otras diez personas en la habitación refugio, en la misma cama. Pero al menos estamos vivos. Ellos se fueron en cuanto surgió la oportunidad de salir del pueblo. Gracias a Dios.
Un día después nos fuimos nosotros.
Partimos el lunes por la mañana hacia el norte. Lo que se veía a lo largo del camino... carreteras destrozadas, coches quemados a ambos lados...
Solo entonces me vine abajo.
Solo entonces me atreví a averiguar quién estaba aún entre nosotros.
Mi estudiante favorito de Be'eri fue asesinado con su madre.
Dos estudiantes, aún desaparecidos con destino desconocido.
Cinco ex-alumnos asesinados a quemarropa mientras huían en su automóvil del Festival Nova de música por la paz.
Un comandante de un pueblo vecino que fue hasta la base de Re'im fue asesinado, pero no antes de matar a diez subhumanos que vinieron a masacrarnos.
Tres esposos de amigas.
El hijo de un amigo.
Dos amigos desaparecidos.
Muchos estudiantes cuyos destinos aún se desconocen, secuestrados o asesinados junto con sus familias...
No entiendo cómo sobrevivimos...
Ahora somos refugiados en nuestro propio país y esperamos poder volver de nuevo a casa.
Miri A. - residente del área que rodea la Franja de Gaza durante los últimos 55 años, casada y madre de 5 hijos. Bien versada en bombas de mortero, misiles Qassam, etc.