Eran las 6:32 a.m. del sábado 7 de octubre. Nos despertamos con el sonido de las sirenas.
Inmediatamente corrimos al refugio, reunimos a nuestros hijos, Noam e Itamar, y cerramos rápidamente la ventana de hierro.
Unos momentos después de la primera sirena, sentimos que esta vez algo era diferente: las sirenas eran más intensas y más densas, abarcaban un área más grande, con cohetes disparados constantemente.
Le dije a los niños que se vistieran rápidamente y se pusieran zapatos, quería que estuvieran listos para correr al auto. El plan era irnos tan pronto hubiera una pausa con los cohetes (fui tan ingenua...).
Dejé a los niños en el refugio para que empacaran rápidamente la ropa en caso de que pudiéramos correr.
Lee, mi esposo, ya estaba vestido con su uniforme, armado y parado frente a la casa. Esperábamos ansiosamente, tratando de entender qué causó este ataque.
Nada en las noticias.
A las 8:10 AM fui a nuestra habitación a buscar ropa para Lee y para mí, y de repente escuchamos ráfagas de disparos muy cerca, muy, muy cerca.
Nosotros nos miramos el uno al otro.
De repente, entre los disparos, escuchamos gritos en árabe.
Nos miramos nuevamente.
En ese momento entendimos: están aquí. ¡Aquí, afuera de nuestra propia casa!
""Maté a un terrorista que intentó entrar por la ventana"."
Corrí al refugio y me encerré con los niños. Los acosté en el suelo y los tapé con mantas. Le dí a Yuval un gas lacrimógeno y un cuchillo, y a Noam un bate de béisbol.
Los niños me miraron con miedo en los ojos, hasta nuestros perros entendieron, todos estaban en silencio, nadie se movía ni un centímetro.
De repente escuchamos ráfagas de disparos justo al lado de la puerta del refugio. Escuché los pasos de Lee. Entró al refugio, cerró la puerta y me dijo: "Maté a un terrorista que intentó entrar por la ventana".
Justo cuando termina la frase, escuchamos una gran explosión, dispararon un RPG directamente hacia nosotros.
La puerta de la habitación de seguridad resistió.
Ráfagas de disparos contra la puerta y también contra la ventana de hierro. La habitación se llenó con el penetrante olor a polvo quemado.
Me zumbaban los oídos.
Nos llevó uno o dos minutos recuperarnos.
Ya no había electricidad, estaba oscuro.
Lee me entregó un arma y ambos apuntamos nuestras armas hacia la puerta. Quienquiera que decida entrar, no podrá pasarnos. Sin decir una palabra, tanto Lee como yo estuvimos de acuerdo: lucharemos hasta la última bala.
Mientras tanto, intentaba pedir ayuda.
Intentaba llamar al coordinador de seguridad, enviaba mensajes al grupo del kibutz.
"¡Estábamos solos!"
"¡Ayuda, tenemos terroristas en nuestra casa!"
Pasó otro minuto, no sé cómo explicarlo, pero el terrorista decidió seguir de largo.
Se hizo muy silencioso. Nos sentimos seguros por un momento, pero luego llegaron más y más horribles mensajes al grupo del Kibbutz.
La gente suplicaba por ayuda... "Entraron en nuestras casas"... "Mujeres, hombres, agarrense a la manija de la puerta del refugio".
Parejas con niños pequeños.
Bebés.
Las casas a nuestro alrededor comenzaron a arder.
Todo lo que sentíamos era una desesperación abrumadora.
Nadie respondía, nadie que pudiera ayudar.
¡Estábamos solos!
No podemos salir a buscar ayuda, no sabemos qué o quién nos espera más allá de la puerta. Incluso si salimos, ¿qué clase de monstruos nos esperan afuera?
¿Cuántos de ellos están aquí?
¿Quién sabe…? No llega ninguna información desde el exterior. Sólo informes de otros refugios.
Las horas pasaron, pero cada minuto parecía una eternidad.
Afortunadamente, los mecanismo de defensa de los niños entraron en acción, y se quedaron dormidos, al menos no compartirían nuestro miedo mientras estuvieran dormidos.
Comenzaron a llegar actualizaciones de las noticias: está sucediendo en los kibutzim de toda la frontera con la Franja de Gaza. Ofakim, Sderot y muchos más…
Nos tomaron por sorpresa, arrogantes y confiados.
Continuaban los gritos en árabe y los disparos constantes.
"No seremos quebrantados. No seremos derrotados."
En ese momento comprendimos que se estaban librando batallas, pero no sabíamos cuál sería el resultado.
Alrededor de las 3 p.m., llegó el ejército junto con el coordinador de seguridad del Kibbutz. Abrimos la puerta y sólo entonces vimos la magnitud de la devastación.
La casa quedó destruida. Y yo... tratando de digerir la situación, corrí a darle botellas de agua a los soldados.
Recogí todo lo que pude, una lámpara plateada de Janucá y una copa de Kidush, regalos de mi difunta abuela, y nos fuimos. En ese momento me di cuenta de que nunca volveríamos a esa casa.
Nos reunimos con todos, nos abrazamos, lloramos.
Pasaron unas horas más hasta que finalmente comenzamos a hablar sobre la evacuación.
Obtuvimos permiso para regresar a nuestras casas, y entonces recordé y le dije a Lee: "Tengo que regresar a la casa, hay algo importante que no tomamos".
Pinturas hechas a mano de mi difunto suegro.
Salimos del kibutz en un convoy.
Miré por el espejo retrovisor…
El humo aun seguía saliendo de la fábrica del Kibbutz, cubriendo el cielo, decenas de autos quemados, con agujeros de balas, tirados a lo largo de la carretera.
Miramos hacia adelante, hacia afuera.
Dentro de poco esto quedará atrás.
Llegamos a Be'er Sheva, nos detenemos.
Nos quitamos los chalecos antibalas que nos dieron los soldados y, en ese momento, Lee y yo comenzamos a llorar.
Abrazamos a los niños.
No podemos asimilar lo que acabamos de vivir.
Lo siguiente que hicimos fue informar a familiares y amigos que estábamos bien.
Sobrevivimos a este infierno
Ahora que estamos a salvo, un torbellino de emociones, ¿qué hacemos y qué no?
¿Cómo continuamos?
¿Lo resolveremos?
Lo cierto es que la ira crece en mí.
¡No más!
¡Suficiente!
¡Esta vez, que gane el ejército israelí!
Con toda su fuerza y todo su poder.
No sólo como eslogan para una calcomanía, sino como una declaración de hecho para el futuro.
No seremos quebrantados.
No seremos derrotados.
Michal R.